LA PINTURA SECRETA DE LORENZO UGARTE

Si Lorenzo Ugarte no fuera el hombre más tímido del mundo la exposición que acaba de colgar no sería la primera, sino tal vez la décima o la vigésima. A lo largo de más de veinte años Ugarte ha sido un pintor para los amigos. Y para los alemanes: porque por una de esas paradojas que no son infrecuentes en el mundo el arte, Lorenzo Ugarte ha expuesto varias veces en Alemania, donde no le conocen como persona y mantenía, en cambio, oculta como un pecado su vocación pictórica en España. Concluidos sus estudios de Bellas Artes, Lorenzo Ugarte ha volcado su actividad en la prensa, pero manteniendo siempre ese secreto amor por la pintura, recorriendo todas las etapas pictóricas que el mundo ha corrido en las últimas décadas.
Al fin, presiones amistosas le han llevado a mostrar la última etapa de su evolución: una interesantísima colección de “Collages”.
Pero probablemente esta última palabra engañe. El “collage” de Ugarte es el trabajo minucioso de un artesano que “venera” la materia. Los más humildes objetos – tijeras, clavos, cuerdas, telas, cartones, trozos de muñecas – viven en manos de Ugarte una elaboración de la mejor estirpe artesana y pictórica. Sus tierras, al uso de las gomas y las mezclas, no sirven a la curiosidad o a la simple belleza decorativa. Hay siempre una búsqueda realmente creadora, artística, cuidadosa del detalle hasta la obsesión. La belleza en el uso del color – que difícilmente puede reproducir con fidelidad la fotografía – es para Ugarte una meta perseguida con tenacidad. Con lo que los humildes objetos a los que sirve se tornan esenciales, casi mágicos.
Pintura evidentemente irracional, conducida por el sentimiento, pero siempre controlada por la artesanía de la elaboración. En ningún momento tiene el contemplador la sensación de estar ante algo “improvisado”, al contrario: es el detalle, la minuciosidad en el tratado de los materiales lo que más llama la atención.
Al mismo tiempo es una pintura gozosa, decorativa, alegre. Una pintura que respira salud artística y que sólo en contados casos “grita” desde sus colores, aunque el autor no rehúya ciertos momentos intensamente dramáticos. Hay obras en las que un simple clavo se torna casi un “crucificado” y adquiere tonalidades religiosas. Otras veces es la mano de una muñeca aprisionada la que se vuelve un llanto por una infancia ida. Pero las más de las veces estamos ante pintura que nada quiere significar, nada sino la belleza y el amor profundo a la materia – objetos, tierras o colores – de las que se forma esta pintura. Bueno sería que Lorenzo Ugarte venza timideces injustificadas y se decida a una muestra más amplia y representativa de su interesante personalidad.

José Luis Martín Descalzo